Los pueblos no seremos ricos monetariamente, pero sí en muchas cosas que no se pueden comprar como la tranquilidad, familia, seguridad o la naturaleza
30 años cumple la revista LA MORALEJA, 30 años en los que ha mostrado mediante noticias que afectaban a Villanueva del Arzobispo, un municipio rural. La vida rural tiene sus ventajas e inconvenientes, un modo muy diferente de vivir o de sobrevivir. La vida en el mundo rural no deja de ser auténtica, tranquila y se dispone de una gran calidad de vida contando sólo con lo básico. A esto nosotros, los villanovenses, le podemos añadir que vivimos justo al lado de la sierra de las Villas, un privilegio con el que no todos cuentan y que nos permite tener mayor contacto con la naturaleza, conviviendo con ella y ayudándonos de esta manera a tener un mayor desarrollo.
Nuestra alimentación suele ser sabrosa y sana, en nuestros huertos crecen las frutas y hortalizas de temporada, y me encanta revivir cada año el intercambio de estas frutas y hortalizas entre vecinos; esto en una gran ciudad es impensable además de imposible, puesto que en un piso de 30 metros cuadrados y un balcón donde apenas cabe una persona asomada, se hace muy difícil.
Los embutidos caseros, que cada año las familias conciben en las matanzas, producen para todo el año y un poco más, hay que acordarse de que con la excusa de las ferias del pueblo, los familiares que hace años atrás emigraron, vienen a visitarnos a nosotros y a nuestras alacenas, para llevarse los sabores del pueblo. Grandes exportadores de nuestros sabores, y al mismo tiempo le debemos agradecer la publicidad tan generosa que hacen de uno de nuestros productos estrella como es el aceite. El oro líquido fruto del esfuerzo de los villanovenses.
Si buscas todo esto en una ciudad te será casi imposible encontrarlo, por eso el turismo rural está aumentando, buscan vivir aunque sea por unos días la tranquilidad de las zonas rurales.
Pero seamos realistas, las dificultades también azotan a los villanovenses. Nuestra oferta laboral no es muy extensa, eso sin contar con el sesgo de género, que hace que la opción sea más reducida; además existe una falta de acceso a diferentes servicios importantes, como por ejemplo los hospitales (aunque la autovía ha facilitado mucho su acceso). Como consecuencia de estas problemáticas los jóvenes deciden emigrar para tener mejor oferta laboral y mayor cualificación y esto deriva en otra problemática y es que los pueblos sufren la despoblación y la población envejecida.
Quedan los familiares que viven de sus tierras o de sus pensiones o ambas cosas. Pero esta generación alimentada por el amor a los suyos son capaces de hacer el sobreesfuerzo de ayudar con sus sustentos a los jóvenes emigrados a grandes ciudades donde el alquiler de una habitación cuesta lo mismo que el alquiler de una casa en nuestro pueblo. Tienen el arte de estirar su pensión hasta traspasar fronteras.
Es cierto que renuncias a muchas cosas al decidir vivir en un pueblo, pero ganas muchas cosas también, la tranquilidad y el estrés mucho más reducido, además de que los lugares se encuentran a pequeñas distancias y no tenemos que salir como una hora antes para llegar a nuestras responsabilidades. Eso, unido a que nuestro ocio es más natural, la crianza más despreocupada, porque aún disponemos de la dispensa de que los niños puedan jugar en nuestras calles, estando seguros y cuidados por nuestros vecinos. Impensable en una gran ciudad que un niño juegue solo en la calle sin sus padres de la mano.
Por lo tanto los de los pueblos no seremos ricos monetariamente hablando, pero somos ricos en muchas cosas que no se pueden comprar ni con todo el dinero del mundo, como es tranquilidad, familia, seguridad y tener la naturaleza a poca distancia.
